jueves, 2 de abril de 2009

Sensaciones

¿Quién no se encuentra a gusto en esa época del año cuando uno se levanta y sabe que no tiene nada por lo que preocuparse, y que no tiene apenas nada que hacer?

Y es que el buen tiempo se asoma ya a las ventanas de nuestra casa por las mañanas, cuando sales de casa para ir a trabajar y sientes el pequeño viento sur en la cara, olor a verano, y el rojizo sol entre un par de nubes. A mí sinceramente, es una de las sensaciones que más me agradan. El levantarte a las siete y media de la mañana con ese pequeño destello de luz del día que cruza por la ventana junto al sonido relajante y agradable de algún gorrión. Esa sensacion es la única que me puede hacer levantarme con buen humor y entusiasmo un día de labor.

Abril. Limitadamente quedan cinco semanas para acabar con todo lo rutinario, con los miserables libros, con todo. Pensar en ese día me enloquece verdaderamente por dentro. Al imaginarme todo ésto, sólo me viene a la cabeza el hecho de tumbarme en la arena, sentir la calidez con que el sol pega en tu espalda, el ruido de las olas chocando entre sí y el llegar de nuevo a casa y ver que has cogido color, que dentro de dos días estarás morena.

Cuando nos piden que imaginemos o soñemos con algún paisaje en concreto, la mayoría de la gente piensa en la sensación relajante de la playa, de una playa afrodisiaca, de un horizonte sin final entre el cielo azul y la mar cristalina, y la suave arena blanca; yo entre ellas, me sumerjo entre esas personas. Pero el sentirte en una cima y contemplar todo lo que allí abajo se encuentra, mientras tú estás en un pico, rodeada de esencia y mundo verde a tu alrededor, es una sensación también única, sentirte un arrogante alpinista que ha subido aquello y más. O acaso, ¿es menos contemplar, el más impactante glaciar o las más axtensas cataratas de Argentina? Toda realidad es subjetiva. Cada cual, ve la perfección que más le satisface.

Si hubiese visto algunas de las siete maravillas del mundo, estoy segura de que dudaría al decir con cuál de todas me quedaría, y estoy segura también, de que cambiaría mi opinión o al menos, la aproximaría a esa complacencia que tengo sobre las playas.

En todo caso, me seguiré conformando con salir al balcón a que me pegue un poco el sol en la cara, escuchando los dichosos coches y niños pasar, sin silencio alguno.

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