martes, 31 de marzo de 2009

IMAGINACIÓN




Es increíble observar cómo, a medida que una persona se hace adulta, ésta pierde su capacidad de imaginación. Es cierto que habrá excepciones, pero si nos fijamos en un niño, veremos cómo para éste todo puede ser posible. Y es que los niños tienen una capacidad de imaginación que supera con creces a la de los adultos, y no encuentran dificultad a la hora de crear ideas (por muy fantásticas que sean) por sí mismos. En las personas más mayores, sin embargo, esto puede suponer un serio problema. Como ejemplo, podemos analizar un caso en el que una familia –el padre, la madre, y el hijo (pequeño) de éstos -se encuentre en el salón. Si el padre empieza a levitar sobre el sofá, el niño se limitará a preguntarle cómo hace eso y dirá que el también lo quiere conseguir. La madre, por el contrario, es probable que se ponga nerviosa y se quede paralizada por lo que está viendo.



Cuanto más crecemos, vemos más claro cómo es el mundo que nos rodea, pero a cambio de esto, dejamos de desarrollar nuestra mente en lo que a la imaginación se refiere. Tratamos de buscarle a todo una explicación racional, y no nos conformamos con las soluciones simples que sirven a cualquier chaval. No somos conscientes de todo esto, pero deberíamos de plantearnos, al menos de vez en cuando, si no es una lástima que dejemos a un lado esa facilidad por creer en las cosas. No obstante, todo ello supondría recuperar la ingenuidad que con los años hemos sabido apartar, y nadie parece querer retroceder ahí. Imaginémos la situación. Si es que podemos, claro está.

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